martes, 14 de octubre de 2014

El asesinado



El año pasado me metí a un taller de escritura creativa con nada menos que Emilio Calle (escritor español, un día haré una crítica del único libro de él que me he leído, porque no llegan a Chile. Buh!)

Bueno, un día nos contó un cuento de... no me acuerdo, como sea, era la historia de un tipo que sabía que iba a morir (que lo iban a matar) y no hacía nada.
y Cuando se iban los que le fueron a avisar, se comentaban que el tipo no había hecho nada.
Raro.
La cosa es que a partir de eso nos pidió que escribiéramos algo.

Esto me salió a mi.

El Asesinado
Mira por la ventana y los ve llegar. Sabe que vienen por él, lo sabe porque ha estado huyendo desde hace días y ya se le acabó el tiempo, las excusas y las salidas. Ya no tiene donde ir.
De cualquier forma, esto no es más que el resumen de toda su existencia. En la sucia pieza del hostal, donde ni un ratón de alcantarilla quisiera anidar, Hugo Frost hace el recuento de los triunfos de su vida. No le toma más de 10 segundos. Su único triunfo, su gran mérito, ha sido sobrevivir por 47 años.
Aún puede huir, lo ha hecho siempre y es un profesional en escapes. Una ventana, un salto, correr a todo lo que den sus pulmones  y sus piernas flacas y tendrá un día más, o incluso una semana o un mes. Pero ¿Y para qué? Por primera vez siente que está cansado, harto, hastiado a más no poder de huir siempre, de no enfrentarse a nada y de dejar que otros hayan elegido cómo debe vestir, donde debe trabajar o incluso cuando debe morir.
No tiene familia, ni amigos. Tuvo hijos alguna vez, el único recuerdo luminoso de su vida fue tomarle la mano a su hija un día de primavera. Pero eso fue hace más tiempo del que puede calcular y no quiere ensuciar ese único recuerdo feliz trayéndolo a la realidad del lugar en donde está y de las circunstancias en las que se encuentra.  La perdió hace años, junto a su mujer y junto a lo último de dignidad que tenía cuando las abandonó antes de que supieran el total de sus deudas, el embargo inminente y las mentiras que equilibró por años hasta que cayeron a su alrededor arrastrando todo aquello que soñó tener y por lo que nunca tuvo el valor de luchar.
Hugo Frost era un cobarde y lo sabía. Lo supo siempre. Su vida ha sido, desde que recuerda, un continuo devenir entre la huida cuando ya no hay más por hacer y la cobardía de no atreverse jamás a luchar por él ni por nadie.
Y eso incluye al resto del mundo y eso incluye todo. Y eso lo lleva hasta hoy, donde dos hombres probablemente estén preguntando por él a un cantinero que no tiene ningún motivo para protegerlo, como no lo ha tenido nadie en su vida. Ni su padre alcohólico y sádico ni su madre refugiada en la indiferencia. Mientras no la golpearan a ella, bien podía sacrificar a uno o dos de sus hijos a la brutalidad del borracho. Hugo Frost aprendió, desde pequeño, a ser casi invisible y a correr cuando fuera necesario. Ambas cosas muy útiles, pero que sin embargo ya no le reportaban el orgullo que alguna vez sintió por ellas. Ahora solo se sentía cansado.
Pensó por un instante cómo habría sido todo si algo de valentía hubiera desarrollado. Quizás alguien, al menos una persona, podría decir de él que fue valioso o que su paso por el mundo dejó algo más que un recuerdo vago que se perderá en la nada, como lo hace el humo de su último cigarro.
Porque sabe que es el último y sabe que son sus últimos instantes si se queda donde está.
Hugo Frost se levanta impulsado por resortes bien afinados. Por dios, tiene que huir, debe huir, debe salvarse y quizá encuentre algún salida, quizás al fin gane algo de dinero que permita al menos un tiempo más, unos instantes más, solo paliar algo la deuda, quizás un trabajo, no importa si sea matar a alguien. Cierto que la última vez no lo hizo, ni siquiera logró levantar el arma, pero esta vez podría, esta vez sí se esforzaría. Solo algo de tiempo, solo un poco, por dios!
Los escucha por la escalera y siente el nudo en el estómago. Podría tratarse del hambre, pero sabe que es el miedo, le toma todas las tripas y las estruja, mientras un sabor metálico asciende por su garganta y su respiración no llena sus pulmones. Va a morir, lo matarán y es muy pronto o quizás muy tarde para él. No quiere morir. No quiere así. No en medio de esa pieza, no como un ratón miserable atrapado en el fondo de un barril, chillando de miedo y cagándose por todos lados.
Poco a poco el miedo se extingue y la rabia lo reemplaza. Rabia contra El Jefe, que lo matará pese a que él sí ha intentado ser valioso. Rabia contra su mujer, que siempre exigió y él dio todo, incluso robó para ella y todo terminó en esto. Rabia contra su madre que miraba a otro lado, contra la vida, contra todo ser humano que es feliz y no lo merece, porque él sí lo merecía, quizás solo porque siempre fue una víctima. Y por fin, rabia contra sí mismo, porque al final, incluso al final, morirá como un cobarde, morirá gritando y pidiendo piedad a quienes no tienen ninguna. ¿No está acaso pidiéndole piedad al destino ahora? ¿No ha estado toda su vida pidiendo, exigiendo piedad?

Y así, impulsado por la rabia que lo sostiene, apaga el último cigarro y revisa sus alternativas. Puede huir, hacerlo mejor que nunca y librarse, empezar una nueva vida y olvidar todo. Quizás tener un hijo, quizás. O puede quedarse ahí y demostrar que pese a todo, pese a su vida y su historia, no es un completo fracaso. Puede, en su instante final, darle su revancha a toda la humanidad, el último grito aunque no abra la boca  “Vean, esta fue la vida que me dieron: una mierda. ¡Pero morí como un valiente!”.     Como sea, debe elegir y debe hacerlo ahora. No queda mucho tiempo.               
Golpean a la puerta y gritan su nombre.  Y Hugo Frost hace su elección. Se sienta en la cama, endereza sus flacos hombros, levanta la cabeza, mira al frente. Y los invita a pasar.


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Comentarios y otras challas, por acá. Les recuerdo que se agradecen de todo cucharón :)

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