El año pasado me metí a un taller de escritura creativa con nada menos que Emilio Calle (escritor español, un día haré una crítica del único libro de él que me he leído, porque no llegan a Chile. Buh!)
Bueno, un día nos contó un cuento de... no me acuerdo, como sea, era la historia de un tipo que sabía que iba a morir (que lo iban a matar) y no hacía nada.
y Cuando se iban los que le fueron a avisar, se comentaban que el tipo no había hecho nada.
Raro.
La cosa es que a partir de eso nos pidió que escribiéramos algo.
Esto me salió a mi.
El Asesinado
Mira por la ventana y los ve
llegar. Sabe que vienen por él, lo sabe porque ha estado huyendo desde hace
días y ya se le acabó el tiempo, las excusas y las salidas. Ya no tiene donde
ir.
De cualquier forma, esto no es
más que el resumen de toda su existencia. En la sucia pieza del hostal, donde
ni un ratón de alcantarilla quisiera anidar, Hugo Frost hace el recuento de los
triunfos de su vida. No le toma más de 10 segundos. Su único triunfo, su gran
mérito, ha sido sobrevivir por 47 años.
Aún puede huir, lo ha hecho
siempre y es un profesional en escapes. Una ventana, un salto, correr a todo lo
que den sus pulmones y sus piernas
flacas y tendrá un día más, o incluso una semana o un mes. Pero ¿Y para qué? Por
primera vez siente que está cansado, harto, hastiado a más no poder de huir
siempre, de no enfrentarse a nada y de dejar que otros hayan elegido cómo debe
vestir, donde debe trabajar o incluso cuando debe morir.
No tiene familia, ni amigos. Tuvo
hijos alguna vez, el único recuerdo luminoso de su vida fue tomarle la mano a
su hija un día de primavera. Pero eso fue hace más tiempo del que puede
calcular y no quiere ensuciar ese único recuerdo feliz trayéndolo a la realidad
del lugar en donde está y de las circunstancias en las que se encuentra. La perdió hace años, junto a su mujer y junto
a lo último de dignidad que tenía cuando las abandonó antes de que supieran el
total de sus deudas, el embargo inminente y las mentiras que equilibró por años
hasta que cayeron a su alrededor arrastrando todo aquello que soñó tener y por
lo que nunca tuvo el valor de luchar.
Hugo Frost era un cobarde y lo
sabía. Lo supo siempre. Su vida ha sido, desde que recuerda, un continuo
devenir entre la huida cuando ya no hay más por hacer y la cobardía de no
atreverse jamás a luchar por él ni por nadie.
Y eso incluye al resto del mundo
y eso incluye todo. Y eso lo lleva hasta hoy, donde dos hombres probablemente
estén preguntando por él a un cantinero que no tiene ningún motivo para
protegerlo, como no lo ha tenido nadie en su vida. Ni su padre alcohólico y
sádico ni su madre refugiada en la indiferencia. Mientras no la golpearan a
ella, bien podía sacrificar a uno o dos de sus hijos a la brutalidad del
borracho. Hugo Frost aprendió, desde pequeño, a ser casi invisible y a correr
cuando fuera necesario. Ambas cosas muy útiles, pero que sin embargo ya no le
reportaban el orgullo que alguna vez sintió por ellas. Ahora solo se sentía
cansado.
Pensó por un instante cómo habría
sido todo si algo de valentía hubiera desarrollado. Quizás alguien, al menos
una persona, podría decir de él que fue valioso o que su paso por el mundo dejó
algo más que un recuerdo vago que se perderá en la nada, como lo hace el humo
de su último cigarro.
Porque sabe que es el último y
sabe que son sus últimos instantes si se queda donde está.
Hugo Frost se levanta impulsado
por resortes bien afinados. Por dios, tiene que huir, debe huir, debe salvarse
y quizá encuentre algún salida, quizás al fin gane algo de dinero que permita
al menos un tiempo más, unos instantes más, solo paliar algo la deuda, quizás
un trabajo, no importa si sea matar a alguien. Cierto que la última vez no lo
hizo, ni siquiera logró levantar el arma, pero esta vez podría, esta vez sí se
esforzaría. Solo algo de tiempo, solo un poco, por dios!
Los escucha por la escalera y
siente el nudo en el estómago. Podría tratarse del hambre, pero sabe que es el
miedo, le toma todas las tripas y las estruja, mientras un sabor metálico
asciende por su garganta y su respiración no llena sus pulmones. Va a morir, lo
matarán y es muy pronto o quizás muy tarde para él. No quiere morir. No quiere
así. No en medio de esa pieza, no como un ratón miserable atrapado en el fondo
de un barril, chillando de miedo y cagándose por todos lados.
Poco a poco el miedo se extingue
y la rabia lo reemplaza. Rabia contra El Jefe, que lo matará pese a que él sí
ha intentado ser valioso. Rabia contra su mujer, que siempre exigió y él dio
todo, incluso robó para ella y todo terminó en esto. Rabia contra su madre que
miraba a otro lado, contra la vida, contra todo ser humano que es feliz y no lo
merece, porque él sí lo merecía, quizás solo porque siempre fue una víctima. Y
por fin, rabia contra sí mismo, porque al final, incluso al final, morirá como
un cobarde, morirá gritando y pidiendo piedad a quienes no tienen ninguna. ¿No
está acaso pidiéndole piedad al destino ahora? ¿No ha estado toda su vida
pidiendo, exigiendo piedad?
Y así, impulsado por la rabia que
lo sostiene, apaga el último cigarro y revisa sus alternativas. Puede huir,
hacerlo mejor que nunca y librarse, empezar una nueva vida y olvidar todo.
Quizás tener un hijo, quizás. O puede quedarse ahí y demostrar que pese a todo,
pese a su vida y su historia, no es un completo fracaso. Puede, en su instante
final, darle su revancha a toda la humanidad, el último grito aunque no abra la
boca “Vean, esta fue la vida que me
dieron: una mierda. ¡Pero morí como un valiente!”. Como sea, debe elegir y debe hacerlo ahora. No queda mucho
tiempo.
Golpean a la puerta y gritan su nombre. Y Hugo Frost hace su elección. Se sienta en la cama, endereza sus flacos hombros, levanta la cabeza, mira al frente. Y los invita a pasar.
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Comentarios y otras challas, por acá. Les recuerdo que se agradecen de todo cucharón :)
Golpean a la puerta y gritan su nombre. Y Hugo Frost hace su elección. Se sienta en la cama, endereza sus flacos hombros, levanta la cabeza, mira al frente. Y los invita a pasar.
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